Llegué a Guatemala a última hora de la noche de un domingo de febrero de 2002. Era mi primera visita. De ahí al hotel y a la cama. No creo que cruzara más de veinte palabras en ese trayecto. Al día siguiente comenzaba la agenda de trabajo que con mucho acierto me había preparado la oficina comercial de la embajada española. El cambio horario me jugo una mala pasada e iba con el tiempo justito, más bien tarde, a la primera reunión. El Presidente de una importante entidad financiera me esperaba a las 9am. Empezar con mal pie no me